La fotógrafa que siempre lo fue (y no lo sabía)
Hija de un fotógrafo, estuve en contacto con este mundo durante prácticamente toda mi infancia sin involucrarme, ni poquito, siendo hasta la adolescencia cuando mis estudios en arte me llevan a “tener que” usar una cámara profesional por primera vez.
Diseñadora gráfica de profesión, amo tener en mis manos diferentes partes del proceso de lo que ofrezco a las familias, empezando por toma de las fotos hasta la preparación de las entregas.
Desde el 2013, año en el que inicié con este proyecto, he cambiado, ajustado, retomado y dejado de hacer ciertas cosas. En su momento era lo correcto, ahora pienso diferente y es probable que en el futuro mi visión tome otras formas.
Me parece que para hacer una fotografía se necesita muy poco y, aún así, contener belleza, decir algo (o mucho), y significar “todo” para alguien. Así es que, al menos por ahora, en mis sesiones uso únicamente luz natural y trato de que los acomodos sean cada vez más sencillos y espontáneos. Un afán por llegar a contener lo esencialmente importante en esas fotografías es lo que me hizo decidirlo así: las historias, lo que se está sintiendo, la posibilidad de tener en una imagen la evidencia de instantes que jamás se repetirán, algunos tan fugaces que se nos escapan al suceder.
En este momento de mi vida una de las cosas que me motiva a seguir en este camino es poder compartir con las familias que me visitan. A cambio de abrir conmigo un poco de sí mismos, de darme la oportunidad de sentir junto con ellos lo que sea que estén viviendo, entrego algo que, aquel día en el que “tuve que” usar una cámara por primera vez, descubrí que disfruto tanto hacer.